Los principales edificios románicos se construían en piedra.
Al principio los techos eran planos y de madera, pero como esto provocaba incendios frecuentes, poco a poco pasaron a realizarse en piedra.
Como los edificios eran grandes y para cubrirlos se necesitaban techos de piedra muy pesados, los maestros canteros recuperaron técnicas romanas para aligerarlos, como las bóvedas de cañón y de arista y, las cúpulas.
Las cubiertas descansaban en arcos de medio punto y gruesas columnas y pilares. Aún así era necesario reforzar el edificio para evitar que se cayera. Para ello, los arquitectos construían muros muy gruesos, los reforzaban con contrafuertes en el exterior y reducían tanto el número de ventanas como su tamaño.
Esta forma de construir hacia que los edificios mostrasen un aspecto muy sólido y compacto y que tuvieran poca luz natural en su interior.
Bóveda de arista Bóveda de cañón Cúpula
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